–Siempre tuvo aptitud para la pasión, pero le faltaron oportunidades para ejercerla –dijo el Funcionario–. La vida lo llevó por otros caminos. Sin embargo la pasión lo acompañó siempre, aunque arrastrándose a la vera de las rutas, escondiéndose en los matojos para no ser vista y no molestar. No obstante estaba allí, esperando ser llamada, aguardando la ocasión para ser útil. Paradojalmente, era una pasión sensata.
–Hablás como un poeta –observó el Periodista, un poco como quien pregunta, un poco como quien constata.
El Funcionario no supo cómo debía interpretar esas palabras; en su rostro arrugado, al cual una nariz respingona daba un aire de niño viejo, se traslucía la búsqueda de un tono de reproche o ironía en la observación del Periodista.
–Confieso que a veces me permito alguna incursión en el territorio de los versos –respondió en tono defensivo-, pero puedo asegurarle que llevo a cabo mis tareas con el máximo rigor técnico.
Como el Periodista se mantuvo en silencio alisando la barba que le adornaba el mentón cuadrado y prominente, en actitud de espera, prosiguió:
–Tal vez por eso se dejó enredar en las mallas de la fantasía y creyó poder traspasar la frontera entre el mundo real y el mundo virtual.
El Periodista miró el reloj y constató que ya conversaban hacía media hora y todavía no tenía más elementos que los datos sobre la infancia de Facundo Ronches pasada en Villa Urquiza donde su padre tenía una peluquería, su juventud mal gastada en los bares de la Ribera del Riachuelo, Barracas, San Telmo y Boedo, su trabajo, primero como vendedor de libros en las ferias de Buenos Aires y después como delegado comercial de mercancías diversas en la provincia y, finalmente, el matrimonio desastroso y el trabajo como vendedor de fotocopiadoras en La Plata.
–Admito que no alcanzo a captar cómo fue que Facundo Ronches, de vendedor de fotocopiadoras mal casado pasó a profesor de escritura creativa y seductor virtual –observó el Periodista para acortar camino y llegar a los hechos que le interesaban directamente.
–Internet es un espacio que posibilita la auto creación –opinó el Funcionario, que había retomado el aire de eficiencia burocrática y consultaba varios folios repletos de apuntes, antes de continuar–: Datan de cuatro años atrás las primeras constancias de su presencia en las páginas de literatura de Internet frecuentando cursos de escritura creativa y exponiendo cuentos y relatos de su autoría; enseguida empiezan a surgir sus intervenciones corrigiendo los textos de sus compañeros y sus comentarios transmitiendo a los demás las nociones que aprendía en los talleres; al mismo tiempo, sus propios trabajos literarios iban ganando peso y valor; el reconocimiento de su talento y aptitudes se fue afirmando y se volvió bastante conocido y apreciado en varias páginas literarias como escritor y en diversos talleres de escritura creativa como maestro.
Al escuchar la descripción de las actividades de Facundo Ronches en el ciber espacio el Periodista atisbó una aproximación al episodio de las novias virtuales y sacó del bolsillo su libreta, preparándose para apuntar algún dato que le fuese útil para el artículo. Sin embargo el Funcionario se demoraba en describir con detalles la “pesadilla sin anatomía” que era como adjetivaba el matrimonio de Facundo Ronches. Finalmente estableció una obscura aunque no absurda ligazón entre los hechos, trazó un paralelo entre la frustración, la fantasía y la imprudencia, y encauzó la narrativa para aquello que llamó “el trayecto de los amores irresponsables” de aquel a quien ahora los periódicos apodaban “El Salvaje”.
Inclinó sobre sus papeles la cabeza calva y aclaró la voz antes de proseguir:
–Según consta en diversas páginas de Internet, Facundo Ronches amaba a cada mujer como si fuese la única. Todas tenían en común el interés por la literatura, participaban en foros de debate donde lo conocían y aprendían a admirar su talento como escritor y como maestro de técnicas de narrativa. Después la relación de camaradería en los paneles de mensajes evolucionaba en una relación amorosa primorosamente cultivada a través de correos privados y encuentros en el Messenger. El Funcionario levantó la cabeza, fijó sus pequeños ojos azules en la mirada neutra de su interlocutor y declaró en tono convencido:
–Facundo Ronches había descubierto lo que él mismo designaba como “el amor salvaje”.
–De ahí el apodo… –concluyó el Periodista garabateando un breve apunte en su libreta.
El Funcionario no se dejó interrumpir:
–En general sus conquistas eran señoras de mediana edad, a excepción de la joven valenciana, y él parecía tener un don especial para hacerlas felices: en los encantos del amor galante se sentían jóvenes y capaces de emociones tal vez olvidadas bajo el peso de los años; a las gordas les hacía sentirse lozanas y sensuales; las escuálidas se sentían esbeltas y elegantes; las tímidas se volvían osadas; las indecisas se asumían atrevidas; las púdicas pasaban a ser liberales; las medianamente inteligentes se volvían brillantes; en las menos dotadas él descubría un encanto especial del que ellas todavía no habían tomado conciencia; de una manera general todas se sentían hermosas, deseables y amadas. Cada una creía ser el primero, el último, el único amor de Facundo Ronches. “Esperé cincuenta años para descubrir el amor contigo”, escribía a cada una de ellas simultáneamente y con una convicción que no dejaba margen para dudas.
–En otras palabras, Facundo actuaba como un sustituto hormonal –comentó el Periodista mientras miraba el reloj constatando que eran las seis de la tarde. El material tenía que estar en la rotativa a la medianoche. Al día siguiente la noticia de la extradición de El Salvaje para España aparecería en todos los periódicos y el jefe le había encargado un artículo que no se limitase a los procedimientos jurídicos y diplomáticos. Tuvo que sobrepasar los escollos de la burocracia y recorrer de arriba a abajo los escalones diplomáticos y forenses para llegar hasta el obscuro funcionario que por lo visto sabía todo sobre la historia de Facundo Ronches y sus amores malsufridos.
El Periodista llamó al mozo con un chasquido de sus dedos, desde el rincón más apartado del café en el que se hallaban, para pedir otras dos cervezas.
Mientras tanto el Funcionario se sacó las gafas, las limpió cuidadosamente con el pañuelo, para luego continuar su relato:
–A esas alturas lo despiden del trabajo, lo que debe de haber precipitado sus planes de librarse de su matrimonio fallido y empezar una vida nueva, en España, donde realizaría dos de sus sueños: tener un hijo y establecerse en la vida real como profesor de narrativa. Con esos objetivos planeó su unión con la joven novia que vivía en Valencia y la creación de un taller presencial de escritura creativa en esa ciudad. Como ahora se constata Facundo Ronches no tenía conocimiento de la realidad del mercado español ni conciencia de las trampas que a veces el destino nos prepara.
En ese momento el Periodista se dio cuenta de que después de recorrer los laberintos de la vida del investigado el Funcionario había entrado en la médula de la trama. Consultó rápidamente su libreta de apuntes.
–¿Ésa fue la primera o la última? –inquirió entre dos sorbos de su cerveza helada, limpiándose enseguida el bigote con un gesto de los dedos pulgar e índice.
–La primera a quien encontró al llegar a España –respondió el Funcionario que no había entendido la pregunta y, además, estaba interesado en seguir el orden cronológico de los acontecimientos y aún estaba lejos del desenlace –. Sin embargo hay un detalle que no puede ser dejado de lado, pues se refiere al proceso por daños y perjuicios que hicieron a Facundo Ronches en Argentina, el cual condujo a su localización en España y a las investigaciones subsiguientes, lo que culminó en el proceso de extradición.
–Siga, siga –invitó el Periodista buscando una posición más cómoda mientras con los dedos echaba atrás la melena gris y revuelta. Pensó que al fin y al cabo era una ventaja que no le hubiesen permitido grabar la entrevista, de lo contrario tardaría horas en quitarle tanta hojarasca al relato. Además, eso no le había causado ninguna preocupación, contaba con su memoria entrenada y su experiencia de veterano para extraer el jugo de las informaciones, eliminando los detalles superfluos.
–Facundo Ronches tuvo que enfrentar el hecho de que no tenía medios económicos para viajar a España. No obstante, por aquella época había conocido a una señora casada, también residente en La Plata, con quien rápidamente estableció una relación amorosa por lo visto fulminante, y propuso a la dama que dejase al marido y se fuesen los dos a vivir en España, lo que ella aceptó. Quedaron en que él iría antes, para establecerse con su taller presencial de narrativa y buscar alojamiento para ambos, y luego viajaría ella, por lo que la referida señora le compró el pasaje de avión para España, le adelantó el dinero para los primeros gastos y se quedó esperando, en ascuas, que Facundo le avisase de que podría ir a su encuentro antes que el marido descubriese que ella había usado su tarjeta de crédito para costear esos gastos.
El Periodista sonrió, divertido, echando hacia atrás su tronco corpulento y empezando a pensar que al final no había sido descabellada aquella búsqueda minuciosa de los antecedentes que el Funcionario había llevado a cabo seguramente compelido por su vena poética y el interés en los aspectos románticos del caso. La historia de El Salvaje, bien trabajada, resultaría un artículo digno de la primera página.
-Supongo que nunca más tuvo noticias de él…
–Nunca. De ahí el proceso por daños y perjuicios.
Enseguida el Funcionario separó sus papeles en dos rimeros, uno de los cuales dejó posado a un lado de la mesa y, frotando las manos una en la otra como si se preparase para comenzar una nueva tarea, declaró que empezaba ahí la secuencia de los cataclismos amorosos de Facundo Ronches en España.
–¿Por cuál empezamos? –inquirió el Periodista que ya había decidido comer algo y estiraba el cuello buscando al mozo desde detrás de la columna que los ocultaba–. Me acompaña con un sándwich? Por lo visto hoy no habrá tiempo para cenar.
–Sí, para mí un lomito en pan árabe, pero pago mi parte, gracias –aceptó el Funcionario cortésmente–. Empecemos por la muchacha de Valencia con quien Facundo pensaba irse a vivir cuando llegó a España. Un percance le impidió de quedarse con la joven, que era separada y con un hijo; eso se debió a que el marido, al tener conocimiento de que ella se proponía recibir en su casa a un novio virtual, amenazó con suspenderle el pago de la cuota alimentaria, por lo que la joven, conociendo las dificultades de los inmigrantes suramericanos para conseguir trabajo en España, y ante la certeza de tener que buscarse un empleo para su propia subsistencia, la del niño y la de Facundo Ronches, le comunicó que quedaba sin efecto la programada unión, al mismo tiempo que daba por cerrado el romance antes que llegase al rellano de la cruda realidad cotidiana.
–¿Y entonces él…? –inquirió el Periodista con las cejas arqueadas y la frente fruncida evidenciando su interés y concentración en el tema.
–Él tomó un tren para Albacete donde tenía otra novia –informó el Funcionario prontamente–. Debido a ese desaire amoroso que le cambió los planes y gracias a la inmediatez de las comunicaciones por Internet, Facundo Ronches reavivó inmediatamente la pasión salvaje que mantenía con una señora residente en Albacete.
–Ésa fue la segunda que él... –intervino el Periodista interrumpiéndose al ver que el mozo finalmente se acercaba a la mesa para tomar el pedido.
–Precisamente, el segundo vértice del triángulo –asintió El Funcionario cuando volvieron a estar solos–. Le aclaro ese episodio que es bastante complejo: al fin y al cabo, Facundo Ronches, amante virtual ahora traspuesto a la plataforma de la realidad, llegó a Albacete donde encontró a su novia, una señora de mediana edad, libre, independiente, con una situación estable, y ahí inauguró una nueva vida en plena prosperidad romántica y erótica. Todos sus problemas parecían estar solucionados, a excepción del taller presencial de técnica narrativa que realizaría su sueño de ser profesor en la vida real. No logró ese objetivo, pero no se dejó desmotivar por el percance. El entendimiento entre ambos era tan perfecto que decidieron crear un foro literario en Internet, administrado por ambos. Fue entonces cuando Facundo Ronches cometió un error.
–¿Sólo entonces? –preguntó el Periodista en tono de ironía, a lo que el Funcionario no respondió, limitándose a sonreír discretamente, conciente de que la ética no le permitía emitir juicio sino que debería circunscribirse a lo acreditado por la prueba documental.
–El error de Facundo Ronches fue haber titulado el nuevo foro con el nombre de “El amor salvaje” –aclaró el Funcionario–, porque por las facilidades que ofrecen las herramientas de búsqueda, las señoras con las que él se había relacionado, y que se consideraban únicas destinatarias de su amor salvaje, localizaron la página e identificaron a su creador por esa expresión casi cabalística en el lenguaje de sus afectos, ahora promovida a título de foro literario.
–¿Ellas participaban en el foro? –preguntó el Periodista interrumpiendo el gesto de morder el sándwich que aseguraba con ambas manos para que no se le escaparan el jamón, el queso, el huevo duro, el tomate y la lechuga.
–Sí –confirmó el Funcionario–. Reconocieron la clave con la que él abría las puertas de los corazones solitarios y empezaron a colgar sus poemas, relatos, cuentos, crónicas y comentarios, que hablaban de sus relaciones apasionadas con Facundo Ronches, con la particularidad de que todas contaban lo mismo, aunque en distintos géneros literarios y diferentes estilos, puesto que él usaba las mismas fórmulas en todos sus asuntos amorosos.
En este punto el Funcionario tomó una de sus notas y pasó a leer la lista de los textos que habían circulado por los buzones de correo de tantas mujeres: la declaración inicial “quiero amarte salvajemente” que cada una había recibido como un toque de magia que le modificó la existencia; el fragmento “Toco tu boca”, de la obra Rayuela, de Cortázar, en grabación de audio recitado en la voz del propio Facundo, con entonaciones que darían envidia al mismo Julio Sosa; la célebre fotografía “El beso”, sacada por Robert Doisneau en la plaza del Hotel de Ville, en Paris, en 1950, en la cual Facundo Ronches escribía de puño y letra “Quiero besarte en una calle de Paris” y escaneaba para enviar; las cartas en que el mismo texto se repetía con pequeñas variaciones adaptadas a cada caso concreto y que terminaba siempre con la frase “Besos desesperados por más besos”; el poema de Gonzalo Rojas “¿Qué se ama cuando se ama?”, recitado por Facundo y grabado en vídeo; los versos, de su autoría, escritos a la mujer amada, es decir, a cada una y a todas ellas.
El Periodista garabateaba apuntes en su libreta.–Hablás como un poeta –observó el Periodista, un poco como quien pregunta, un poco como quien constata.
El Funcionario no supo cómo debía interpretar esas palabras; en su rostro arrugado, al cual una nariz respingona daba un aire de niño viejo, se traslucía la búsqueda de un tono de reproche o ironía en la observación del Periodista.
–Confieso que a veces me permito alguna incursión en el territorio de los versos –respondió en tono defensivo-, pero puedo asegurarle que llevo a cabo mis tareas con el máximo rigor técnico.
Como el Periodista se mantuvo en silencio alisando la barba que le adornaba el mentón cuadrado y prominente, en actitud de espera, prosiguió:
–Tal vez por eso se dejó enredar en las mallas de la fantasía y creyó poder traspasar la frontera entre el mundo real y el mundo virtual.
El Periodista miró el reloj y constató que ya conversaban hacía media hora y todavía no tenía más elementos que los datos sobre la infancia de Facundo Ronches pasada en Villa Urquiza donde su padre tenía una peluquería, su juventud mal gastada en los bares de la Ribera del Riachuelo, Barracas, San Telmo y Boedo, su trabajo, primero como vendedor de libros en las ferias de Buenos Aires y después como delegado comercial de mercancías diversas en la provincia y, finalmente, el matrimonio desastroso y el trabajo como vendedor de fotocopiadoras en La Plata.
–Admito que no alcanzo a captar cómo fue que Facundo Ronches, de vendedor de fotocopiadoras mal casado pasó a profesor de escritura creativa y seductor virtual –observó el Periodista para acortar camino y llegar a los hechos que le interesaban directamente.
–Internet es un espacio que posibilita la auto creación –opinó el Funcionario, que había retomado el aire de eficiencia burocrática y consultaba varios folios repletos de apuntes, antes de continuar–: Datan de cuatro años atrás las primeras constancias de su presencia en las páginas de literatura de Internet frecuentando cursos de escritura creativa y exponiendo cuentos y relatos de su autoría; enseguida empiezan a surgir sus intervenciones corrigiendo los textos de sus compañeros y sus comentarios transmitiendo a los demás las nociones que aprendía en los talleres; al mismo tiempo, sus propios trabajos literarios iban ganando peso y valor; el reconocimiento de su talento y aptitudes se fue afirmando y se volvió bastante conocido y apreciado en varias páginas literarias como escritor y en diversos talleres de escritura creativa como maestro.
Al escuchar la descripción de las actividades de Facundo Ronches en el ciber espacio el Periodista atisbó una aproximación al episodio de las novias virtuales y sacó del bolsillo su libreta, preparándose para apuntar algún dato que le fuese útil para el artículo. Sin embargo el Funcionario se demoraba en describir con detalles la “pesadilla sin anatomía” que era como adjetivaba el matrimonio de Facundo Ronches. Finalmente estableció una obscura aunque no absurda ligazón entre los hechos, trazó un paralelo entre la frustración, la fantasía y la imprudencia, y encauzó la narrativa para aquello que llamó “el trayecto de los amores irresponsables” de aquel a quien ahora los periódicos apodaban “El Salvaje”.
Inclinó sobre sus papeles la cabeza calva y aclaró la voz antes de proseguir:
–Según consta en diversas páginas de Internet, Facundo Ronches amaba a cada mujer como si fuese la única. Todas tenían en común el interés por la literatura, participaban en foros de debate donde lo conocían y aprendían a admirar su talento como escritor y como maestro de técnicas de narrativa. Después la relación de camaradería en los paneles de mensajes evolucionaba en una relación amorosa primorosamente cultivada a través de correos privados y encuentros en el Messenger. El Funcionario levantó la cabeza, fijó sus pequeños ojos azules en la mirada neutra de su interlocutor y declaró en tono convencido:
–Facundo Ronches había descubierto lo que él mismo designaba como “el amor salvaje”.
–De ahí el apodo… –concluyó el Periodista garabateando un breve apunte en su libreta.
El Funcionario no se dejó interrumpir:
–En general sus conquistas eran señoras de mediana edad, a excepción de la joven valenciana, y él parecía tener un don especial para hacerlas felices: en los encantos del amor galante se sentían jóvenes y capaces de emociones tal vez olvidadas bajo el peso de los años; a las gordas les hacía sentirse lozanas y sensuales; las escuálidas se sentían esbeltas y elegantes; las tímidas se volvían osadas; las indecisas se asumían atrevidas; las púdicas pasaban a ser liberales; las medianamente inteligentes se volvían brillantes; en las menos dotadas él descubría un encanto especial del que ellas todavía no habían tomado conciencia; de una manera general todas se sentían hermosas, deseables y amadas. Cada una creía ser el primero, el último, el único amor de Facundo Ronches. “Esperé cincuenta años para descubrir el amor contigo”, escribía a cada una de ellas simultáneamente y con una convicción que no dejaba margen para dudas.
–En otras palabras, Facundo actuaba como un sustituto hormonal –comentó el Periodista mientras miraba el reloj constatando que eran las seis de la tarde. El material tenía que estar en la rotativa a la medianoche. Al día siguiente la noticia de la extradición de El Salvaje para España aparecería en todos los periódicos y el jefe le había encargado un artículo que no se limitase a los procedimientos jurídicos y diplomáticos. Tuvo que sobrepasar los escollos de la burocracia y recorrer de arriba a abajo los escalones diplomáticos y forenses para llegar hasta el obscuro funcionario que por lo visto sabía todo sobre la historia de Facundo Ronches y sus amores malsufridos.
El Periodista llamó al mozo con un chasquido de sus dedos, desde el rincón más apartado del café en el que se hallaban, para pedir otras dos cervezas.
Mientras tanto el Funcionario se sacó las gafas, las limpió cuidadosamente con el pañuelo, para luego continuar su relato:
–A esas alturas lo despiden del trabajo, lo que debe de haber precipitado sus planes de librarse de su matrimonio fallido y empezar una vida nueva, en España, donde realizaría dos de sus sueños: tener un hijo y establecerse en la vida real como profesor de narrativa. Con esos objetivos planeó su unión con la joven novia que vivía en Valencia y la creación de un taller presencial de escritura creativa en esa ciudad. Como ahora se constata Facundo Ronches no tenía conocimiento de la realidad del mercado español ni conciencia de las trampas que a veces el destino nos prepara.
En ese momento el Periodista se dio cuenta de que después de recorrer los laberintos de la vida del investigado el Funcionario había entrado en la médula de la trama. Consultó rápidamente su libreta de apuntes.
–¿Ésa fue la primera o la última? –inquirió entre dos sorbos de su cerveza helada, limpiándose enseguida el bigote con un gesto de los dedos pulgar e índice.
–La primera a quien encontró al llegar a España –respondió el Funcionario que no había entendido la pregunta y, además, estaba interesado en seguir el orden cronológico de los acontecimientos y aún estaba lejos del desenlace –. Sin embargo hay un detalle que no puede ser dejado de lado, pues se refiere al proceso por daños y perjuicios que hicieron a Facundo Ronches en Argentina, el cual condujo a su localización en España y a las investigaciones subsiguientes, lo que culminó en el proceso de extradición.
–Siga, siga –invitó el Periodista buscando una posición más cómoda mientras con los dedos echaba atrás la melena gris y revuelta. Pensó que al fin y al cabo era una ventaja que no le hubiesen permitido grabar la entrevista, de lo contrario tardaría horas en quitarle tanta hojarasca al relato. Además, eso no le había causado ninguna preocupación, contaba con su memoria entrenada y su experiencia de veterano para extraer el jugo de las informaciones, eliminando los detalles superfluos.
–Facundo Ronches tuvo que enfrentar el hecho de que no tenía medios económicos para viajar a España. No obstante, por aquella época había conocido a una señora casada, también residente en La Plata, con quien rápidamente estableció una relación amorosa por lo visto fulminante, y propuso a la dama que dejase al marido y se fuesen los dos a vivir en España, lo que ella aceptó. Quedaron en que él iría antes, para establecerse con su taller presencial de narrativa y buscar alojamiento para ambos, y luego viajaría ella, por lo que la referida señora le compró el pasaje de avión para España, le adelantó el dinero para los primeros gastos y se quedó esperando, en ascuas, que Facundo le avisase de que podría ir a su encuentro antes que el marido descubriese que ella había usado su tarjeta de crédito para costear esos gastos.
El Periodista sonrió, divertido, echando hacia atrás su tronco corpulento y empezando a pensar que al final no había sido descabellada aquella búsqueda minuciosa de los antecedentes que el Funcionario había llevado a cabo seguramente compelido por su vena poética y el interés en los aspectos románticos del caso. La historia de El Salvaje, bien trabajada, resultaría un artículo digno de la primera página.
-Supongo que nunca más tuvo noticias de él…
–Nunca. De ahí el proceso por daños y perjuicios.
Enseguida el Funcionario separó sus papeles en dos rimeros, uno de los cuales dejó posado a un lado de la mesa y, frotando las manos una en la otra como si se preparase para comenzar una nueva tarea, declaró que empezaba ahí la secuencia de los cataclismos amorosos de Facundo Ronches en España.
–¿Por cuál empezamos? –inquirió el Periodista que ya había decidido comer algo y estiraba el cuello buscando al mozo desde detrás de la columna que los ocultaba–. Me acompaña con un sándwich? Por lo visto hoy no habrá tiempo para cenar.
–Sí, para mí un lomito en pan árabe, pero pago mi parte, gracias –aceptó el Funcionario cortésmente–. Empecemos por la muchacha de Valencia con quien Facundo pensaba irse a vivir cuando llegó a España. Un percance le impidió de quedarse con la joven, que era separada y con un hijo; eso se debió a que el marido, al tener conocimiento de que ella se proponía recibir en su casa a un novio virtual, amenazó con suspenderle el pago de la cuota alimentaria, por lo que la joven, conociendo las dificultades de los inmigrantes suramericanos para conseguir trabajo en España, y ante la certeza de tener que buscarse un empleo para su propia subsistencia, la del niño y la de Facundo Ronches, le comunicó que quedaba sin efecto la programada unión, al mismo tiempo que daba por cerrado el romance antes que llegase al rellano de la cruda realidad cotidiana.
–¿Y entonces él…? –inquirió el Periodista con las cejas arqueadas y la frente fruncida evidenciando su interés y concentración en el tema.
–Él tomó un tren para Albacete donde tenía otra novia –informó el Funcionario prontamente–. Debido a ese desaire amoroso que le cambió los planes y gracias a la inmediatez de las comunicaciones por Internet, Facundo Ronches reavivó inmediatamente la pasión salvaje que mantenía con una señora residente en Albacete.
–Ésa fue la segunda que él... –intervino el Periodista interrumpiéndose al ver que el mozo finalmente se acercaba a la mesa para tomar el pedido.
–Precisamente, el segundo vértice del triángulo –asintió El Funcionario cuando volvieron a estar solos–. Le aclaro ese episodio que es bastante complejo: al fin y al cabo, Facundo Ronches, amante virtual ahora traspuesto a la plataforma de la realidad, llegó a Albacete donde encontró a su novia, una señora de mediana edad, libre, independiente, con una situación estable, y ahí inauguró una nueva vida en plena prosperidad romántica y erótica. Todos sus problemas parecían estar solucionados, a excepción del taller presencial de técnica narrativa que realizaría su sueño de ser profesor en la vida real. No logró ese objetivo, pero no se dejó desmotivar por el percance. El entendimiento entre ambos era tan perfecto que decidieron crear un foro literario en Internet, administrado por ambos. Fue entonces cuando Facundo Ronches cometió un error.
–¿Sólo entonces? –preguntó el Periodista en tono de ironía, a lo que el Funcionario no respondió, limitándose a sonreír discretamente, conciente de que la ética no le permitía emitir juicio sino que debería circunscribirse a lo acreditado por la prueba documental.
–El error de Facundo Ronches fue haber titulado el nuevo foro con el nombre de “El amor salvaje” –aclaró el Funcionario–, porque por las facilidades que ofrecen las herramientas de búsqueda, las señoras con las que él se había relacionado, y que se consideraban únicas destinatarias de su amor salvaje, localizaron la página e identificaron a su creador por esa expresión casi cabalística en el lenguaje de sus afectos, ahora promovida a título de foro literario.
–¿Ellas participaban en el foro? –preguntó el Periodista interrumpiendo el gesto de morder el sándwich que aseguraba con ambas manos para que no se le escaparan el jamón, el queso, el huevo duro, el tomate y la lechuga.
–Sí –confirmó el Funcionario–. Reconocieron la clave con la que él abría las puertas de los corazones solitarios y empezaron a colgar sus poemas, relatos, cuentos, crónicas y comentarios, que hablaban de sus relaciones apasionadas con Facundo Ronches, con la particularidad de que todas contaban lo mismo, aunque en distintos géneros literarios y diferentes estilos, puesto que él usaba las mismas fórmulas en todos sus asuntos amorosos.
En este punto el Funcionario tomó una de sus notas y pasó a leer la lista de los textos que habían circulado por los buzones de correo de tantas mujeres: la declaración inicial “quiero amarte salvajemente” que cada una había recibido como un toque de magia que le modificó la existencia; el fragmento “Toco tu boca”, de la obra Rayuela, de Cortázar, en grabación de audio recitado en la voz del propio Facundo, con entonaciones que darían envidia al mismo Julio Sosa; la célebre fotografía “El beso”, sacada por Robert Doisneau en la plaza del Hotel de Ville, en Paris, en 1950, en la cual Facundo Ronches escribía de puño y letra “Quiero besarte en una calle de Paris” y escaneaba para enviar; las cartas en que el mismo texto se repetía con pequeñas variaciones adaptadas a cada caso concreto y que terminaba siempre con la frase “Besos desesperados por más besos”; el poema de Gonzalo Rojas “¿Qué se ama cuando se ama?”, recitado por Facundo y grabado en vídeo; los versos, de su autoría, escritos a la mujer amada, es decir, a cada una y a todas ellas.
–En fin… –aquí el Funcionario hizo una pausa y su rostro asumió lo que podría ser interpretado como una expresión de pesar– en aquellos escritos estaba Facundo Ronches entero, con la brillantez de su expresión escrita y la magia de sus sueños, con su vocación simultanea para el amor y la literatura, su dominio del arte del galanteo, su poder de seducción, su entrega apasionada, su lirismo urbano, su alegría sencilla, su capacidad para enamorarse y para celebrar el amor. En suma, el pleno ejercicio de la aptitud para la pasión que ya mencioné.
En este punto el Periodista creyó constatar que el Funcionario nutria una secreta admiración por El Salvaje y concluyó que, al fin y al cabo, su pendón poético le resultaba ventajoso: nunca conseguiría tantos detalles de un burócrata común.
–¿Y qué sucedió? –preguntó el Periodista empezando a enhebrar los acontecimientos pero sin todavía alcanzar a ligarlos con el desenlace que ya conocía pero no lograba comprender.
–Sucedió que la novia de Albacete, al enterarse de las infidelidades cibernéticas de Facundo Ronches, decidió poner punto final a la relación en ambos planos, el real y el virtual: lo puso fuera de casa, el grupo literario fue cerrado y Facundo Ronches desapareció de Internet.
El Periodista se detuvo con el vaso de cerveza en el aire:
–Pero falta la de Benidorm…
–Realmente, una de las involucradas en el ciber escándalo del foro virtual, en el que se encontraron las novias y quedó al descubierto el esquema del amor salvaje, decidió perdonarle y lo acogió en su corazón y en su casa. Ésa es la de Benidorm.
–Se podía suponer que serían felices para siempre –observó el Periodista mirando su libreta de apuntes para verificar la secuencia de las ciudades y correspondientes novias. Comprobó que la narración del Funcionario, a pesar de los arrebatos líricos con que la adornaba, seguía la línea geográfica de los acontecimientos contenidos en el triángulo formado por las ciudades de Valencia, Albacete y Benidorm.
–Sí, de veras, parecía que había terminado la desventurada peregrinación de Facundo Ronches por la realidad del lecho de sus amantes virtuales. Sucede que fue entonces cuando, en la secuencia de haber sido citado por comisión rogatoria en el ya mencionado proceso por daños y perjuicios interpuesto en Argentina, fue localizado por la policía española, por lo que la compañera del momento, la de Benidorm, al enterarse del fraude cometido contra la ex novia de Buenos Aires también lo abandonó.
–Sin embargo, la de Argentina le dio el dinero porque quiso… -consideró el Periodista admirado de que por ese motivo le iniciara un juicio.
–No hay nada tan vengativo como una mujer engañada –sentenció el Funcionario que seguía comiendo tranquilo, mientras el Periodista miraba el reloj una vez más y calculaba el tiempo que tendría para redactar su artículo.
–Así que Facundo Ronches se vio una vez más sin novia –insinuó intentando apurar el desenlace, pero el Funcionario estaba demasiado ocupado en masticar a la vez que consultaba sus apuntes y tardó un rato en responderle.
Por fin terminó su lomito, vació de un sorbo el vaso de cerveza, se limpió cuidadosamente la boca en la servilleta, respiró hondo y enumeró, enfatizando el conteo con los dedos:
–Sin novia, sin casa, sin trabajo, sin visa de permanencia en el país, sin dinero y sin ilusiones.
–Estaría desesperado, no? Fue entonces que…
–Sí, seguramente lo estaba, pero aún hizo una tentativa para recomponerse de los sucesivos desastres: antes de embarcar como pasajero clandestino en el barco de carga que lo trajo de vuelta a Argentina, volvió a Valencia donde fue visto vendiendo navajas en el puerto. Hay una declaración testimonial que lo refiere preguntando a las turistas que se le acercaban: ¿y vos, con esos ojos, pa qué querés un puñal?
Al relatar ese episodio el Funcionario meneó la cabeza, aparentemente apenado, mientras guardaba sus papeles en una vieja carpeta de cuero:
–Lamentablemente a estas alturas ya habría perdido la razón –empezó a decir, pero al pronunciar esas palabras se interrumpió bruscamente, advirtiendo que había dejado transparentar lo que era una interpretación suya y no un dato concreto del proceso. Intentó componer el desliz–: Es decir, nada indica que hubiese perdido la razón, no debería haber expuesto esa opinión que es enteramente subjetiva y de la que no hay constancia.
El Periodista lo tranquilizó dando una leve palmada en su brazo mientras le dirigía una mirada cómplice:
–Usted tiene derecho a su opinión, no voy a divulgarla, además sabe perfectamente que ni siquiera su nombre será mencionado, fue lo que se acordó. Mi artículo será simplemente “información obtenida de fuente fidedigna” que es lo que decimos cuando no podemos divulgar cómo o de quién obtuvimos los datos.
–Ya que pone las cosas de esa manera puedo decirle que tengo una teoría que tal vez le sea de utilidad, aunque enteramente subjetiva.
–Adelante! –invitó el Periodista.
–Facundo Ronches hizo felices a sus mujeres hasta el final. Se reconcilió con cada una de ellas y las tres le perdonaron, le aceptaron de vuelta, le abrieron los brazos, –en ese momento la voz del Funcionario se volvió contundente-, literalmente le abrieron los brazos, cuando él, al final, las visitó, una tras la otra, respectivamente en Benidorm, Albacete y Valencia, haciendo el recorrido inverso al que había hecho al conocerlas.
–¿Por qué piensa que eso sucedió? –indagó el Periodista presintiendo que finalmente iba a entender lo que para él permanecía inexplicable en la magnitud del desenlace.
–Porque en ninguno de los casos hubo vestigios de lucha y evidentemente cada una de ellas estaba en sus brazos cuando las mató, de otra forma no podría haberles seccionado la carótida con los dientes.
8 comentarios:
Excelente. No había leído este relato y es magnífico ¿te preguntarás por qué empecé por el final del blog?... o no, pero igual te respondo: también yo me lo pregunto. Es algo que a veces me sucede con la prensa, empezar por la última página, esta vez mereció la pena, termino la noche con una exquisita lectura.
Besos.
Interesantísimo relato. Realmente se puede interpretar de varias formas. Y es que a veces, lo que parece ser caos es algo mejor que nada.
Un abrazo
Ana
Genial, a veces me parecia estar leyendo realidades, jaja, tantas cosas que se oyen, tantas cosas que presienten, tantas cosas que s escuchan sobre este tipo de relaciones, jaja, muy buen la historia, muy tuya en cada palabra, tu imaginación es estupena, tu musa maravillosa, menos mal que Facundo, digo, supongo, creo, no está donde no quiero que exista .... ¿verdad?
Un abrazo y te felicito como siempre, ha sido un enorme placer leer, ávida de tu imaginación me has complacido por entero con este cuento.
Muas.
Des, que una Escritora con letra mayúscula como tú muestre aprecio por mis letras me llena el corazón de júbilo y las neuronas de vanidad. Es por emociones como ésas que una, sin saber al cierto cómo, se mete a cuentista.
No sé cómo no habías leído ese relato si habitualmente eres tú quien revisa mis escritos, los corrige y me enseña a escribir (si no aprendo no es culpa tuya, que conste).
Gracias hermosa Des, por dejar tu huella.
Ana Muela, me encanta cuando me lees y me cuentas la manera como lees. No me había ocurrido que "a veces, lo que parece ser caos es algo mejor que nada". Qué profunda y verdadera reflexión!
Gracias, querida amiga.
Realmente, mi cielito claro, la red está llena de Facundos y de novias ilusionadas, espero que ninguna de las millares de relaciones afectivas basadas en fantasías e ilusiones termine de esa manera. Bien, tenía que encontrar un final para el cuento, no? A lo mejor en ese día estaba con las maldades alborozadas.
Para ti todo mi cariño, amiga del alma.
¡Vaya, vaya, amiga Tania! El día en que tus "maldades" se alborotan de alborozo es preferible andar en Babia...¡Muy buen ritmo narrativo! Me has aliviado un lunes del ferragosto e impío de la sequerona Castilla, Abrazos y besos.
Gracias por la presencia y el comentario, Señor Escritor.
Sabes, Manuel, yo estoy consciente de que el tipo de cuentos que escribo no es el más adecuado para publicar en la red virtual. Son cuentos para libros, por la extensión y la configuración de la estructuray, y como tal están publicados en portugués.
Sin embargo, me dio pena no exponerlos en castellano porque en ese idioma fueron escritos originalmente y, sólo después, reescritos en portugués.
Por eso te agradezco doblemente la paciencia para leerme en la pantalla.
Te abrazo con el acostumbrado afecto.
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